Mi madre me enseño

el regalo perfecto para el día de madre

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Lee lo que han compartido profetas y apóstoles vivientes sobre lecciones que aprendieron de sus madres.

Presidente Thomas S. Monson

Presidente de la Iglesia

Debido a que vivíamos a una cuadra o dos de las vías del ferrocarril, con frecuencia los hombres sin empleo y sin dinero para comprar alimentos, se bajaban del tren e iban a nuestra casa a pedir algo de comer; eran hombres corteses, quienes ofrecían hacer algún trabajo a cambio de alimento. En mi mente está grabada la nítida imagen de un hombre delgado y hambriento, de pie, a la puerta de nuestra cocina, con su sombrero en la mano, suplicando por comida. Mamá recibía al visitante y le indicaba que fuera a la pila [pileta, fregadero] de la cocina para lavarse mientras ella preparaba los alimentos para que él comiera. Ella nunca escatimó la calidad ni la cantidad: el visitante comía exactamente el mismo almuerzo que mi padre. Mientras devoraba la comida, mi madre aprovechaba la oportunidad para aconsejarle que regresara a su hogar y a su familia. Cuando se retiraba de la mesa, había sido nutrido física y espiritualmente. Estos hombres nunca se olvidaban de decir “gracias”; las lágrimas de sus ojos revelaban, en silencio, la gratitud de su corazón (“La fortaleza extraordinaria de la Sociedad de Socorro”, Conferencia General de octubre de 1997).

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Presidente Henry B. Eyring

Primer Consejero de la Primera Presidencia

 

Había un cuadro del Salvador en la pared del cuarto donde mi madre estuvo confinada en cama en los años anteriores a su fallecimiento. Ella lo había mandado poner allí por lo que su primo Samuel O. Bennion le había dicho. Él había viajado con un apóstol que le describió como había visto al Salvador en una visión. El élder Bennion le había regalado ese grabado y cuando se lo dio le dijo que, de todos los que había visto, ése era el retrato más acertado de la fortaleza y el carácter del Maestro. Ella lo enmarcó y lo puso en la pared donde pudiera verlo desde la cama.

Mi madre conocía al Salvador y le amaba. De ella había aprendido que no concluimos en el nombre de un extraño cuando nos acercamos a nuestro Padre en oración. Por lo que había visto de su vida, sabía que su corazón estaba cerca del Salvador tras años de un esfuerzo determinado y constante por servirle y agradarle (“Que Dios escriba en mi corazón”, Conferencia General de octubre de 2000).

Presidente Dieter F. Uchtdorf

Segundo Consejero de la Primera Presidencia

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, a mi padre se le reclutó para servir en el ejército alemán y lo enviaron al frente occidental, lo que hizo que mi madre quedara sola al cuidado de nuestra familia. Aunque tenía sólo tres años, aún recuerdo esa época de temor y hambre; vivíamos en Checoslovaquia y, día tras día, la guerra se acercaba más y el peligro aumentaba.

Por fin, durante el frío invierno de 1944, mi madre decidió huir a Alemania donde vivían sus padres. Ella nos abrigó y de alguna manera logró que abordásemos uno de los últimos trenes de refugiados con rumbo hacia el oeste…

El ejemplo de nuestra madre, aún en los peores momentos, de seguir adelante y de convertir la fe y la esperanza en acción, no sólo en preocupaciones o añoranzas, sostuvo a nuestra familia y a mí, y nos dio la seguridad de que las circunstancias presentes darían paso a bendiciones futuras.

Por medio de estas experiencias sé que el evangelio de Jesucristo y el ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fortalecen la fe, ofrecen una esperanza radiante y guían hacia la caridad (“El poder infinito de la esperanza”, Conferencia General de octubre de 2008).

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Comentarios
Bello mensaje
dora patricia coyoy marin
1.5
1

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