¿Qué pasaría si Dios permaneciera en silencio?

madre

Madre SUD realizó un cambio que le permitió escuchar la respuesta a sus oraciones.  

En los últimos meses, varias amigas muy cercanas me han confiado lo siguiente, “estoy en el pozo más profundo de mi vida y Dios está en completo silencio”.

Estas amigas tienen grandes barreras causando estragos en sus vidas. Ellas me han dicho que saben que Dios está ahí, aunque es como si hubiese un muro entre ellas y Él. Están sufriendo profundamente y se sienten solas.

Sufro con ellas. Si hay algo peor que la vida dándote golpes, es el sentimiento de estar solo mientras sientes que te golpean hasta la médula. ¿Dónde está la misericordia, la ayuda? ¿Dónde está Dios cuando más lo necesitas?

Simpatizo con estas situaciones, estas cosas descritas en este artículo traen a mi mente distintos recuerdos del periodo de mí vida cuando me sentía exactamente de la misma manera.

Fue una temporada de días interminables donde estábamos estancados en casa, sin poder ir a ningún lugar debido a que mí hijo Jack paraba agobiado, gritaba, desmantelaba cosas, o pateaba la cabeza de niños en el parque.

Aún puedo verme sentada en la escalera de la casa cada tarde, mirando al pequeño Jack tomar uno de sus tres baños diarios. Lo bañaba, aunque ya estuviese limpio, porque ambos estábamos inquietos y el agua es bueno para los sentidos. Me apoyaba en la pared y pensaba, “…no hay nadie quien me ayude. Estamos estancados y perdiendo la cabeza, estoy sola”.

Oré por sabiduría, por ayuda, por la habilidad de descubrir qué hacer por Jack. Oré desde una posición dolorosa. Parecía que mis esfuerzos por ser obediente no me llevaban a nada. No había cambio. Sentí que Dios estaba escuchando y juzgandome en silencio, lo cual solamente significaba que Él estaba decepcionado por mi desempeño tan mediocre.

Este sentimiento de estar separada de Dios duró por varios años. Iba a la iglesia y tenía que luchar con el comportamiento de Jack y con la profundamente arraigada ansiedad de mis dos hijos menores. Enseñé en la Escuela Dominical para jóvenes. Enseñé la clase de Doctrina del Evangelio. Enseñé en Mujeres Jóvenes y tuve un llamamiento en la guardería.

Los días de semana eran un rodeo. Los sábados eran eternos. Los domingos eran mi marcha fúnebre.

Durante esta era de oscuridad, frecuentemente pensaba “Por favor no me pidan dar un discurso sobre obediencia”. No hubiese sabido qué decir. Cuán incómodo hubiera sido. “Hermanos, guarden los mandamientos y su vida será más dura y triste. Lo digo por experiencia”. Definitivamente ¡no!

Sabía que Dios estaba ahí. Muy profundamente sabía que Él me amaba. También sabía que por alguna razón que no llegaba a comprender, Él no iba a cambiar las cosas en ese momento. Por cualquiera que fuese la razón, las dificultades estaban quedándose. No importaba cuanto sirviera en la iglesia, o cuantas cenas cocinara para mis vecinas con sus bebés, cuantas citas en sesiones de grupo y terapias y doctores hubiésemos pasado con Jack, Dios no estaba disponible. Cada hora era una lucha.

Una vez le dije a Jeff, mi esposo, “Dios no me está ayudando. ¿Por qué no me está ayudando?”

Jeff dijo, “Tal vez Él te está ayudando, pero no te estás dando cuenta”.

Tan pronto él dijo eso, supe que estaba diciendo la verdad. Pensé en cómo habíamos sobrevivido completamente los días horribles. Siempre encontrábamos una manera para avanzar. La gente a la que necesitábamos, finalmente aparecía, parecíamos encontrar las respuestas para los desastres inminentes, o al menos la fuerza para seguir adelante, incluso cuando el desastre no parecía mejorar. Este era el patrón (que seguíamos).

Y no creo que este patrón sucediera debido a mis trucos e ingenio.

Cuando comencé seriamente mi viaje espiritual a principios de este año, decidí dejar atrás el escepticismo. Sentí que para sanarme, debía estar abierta a cualquier cosa que Dios quisiera decirme. Porque vivir la vida sin la ayuda de Dios es una verdadera pesadilla.

Estaba lista para dejar mi renuencia y mi equivocada autosuficiencia y todo el orgullo que tenía. Estaba determinada a comenzar a escuchar.

El ser humilde, resultó ser mi respuesta.

Fue lo que derrumbó el muro; de repente, hubo un conducto de revelación fluyendo a mi vida. Dios me hablaba, repetidas veces, a través de sueños e intuición. Ya no me sentía sola, o a Dios decepcionado de mí. Sentí que Él sabía todos mis problemas, incluyendo lo mucho que había intentado enfrentarme a ellos.

Dios no había dejado de hablarme durante este periodo de silencio. Yo no no lo estaba escuchando.

Esa fue la primera revelación. La segunda fue ésta: No se gana el amor de Dios o la sanación de Jesucristo, porque afortunadamente no es así como funciona.

El amor y la sanación simplemente están ahí, un manantial de apoyo, siempre fluyendo, siempre disponible. Cada día, pero especialmente en días como hoy cuando Jack rompió la última lámpara que nos quedaba, la puerta de su habitación, un accesorio de iluminación, y una de las sillas de la cocina.

Encontré amor y sanación incluso cuando el ser padre arrasó con mi vida hasta la ruina.

Estar quebrada y desprovista fue el paso necesario para que yo sintiera el amor permanente que es la fuerza motriz detrás de la vida en la tierra.

Cuando no podía hacerlo más por mí misma, estuve lista para escuchar.

Fue ahí cuando Dios me llenó con un profundo entendimiento y la inesperada satisfacción de que mi vida, que había estado en pedazos, era exactamente lo que me había permitido conocer a Jesucristo.                                        

          

Artículo publicado escrito originalmente por Mega Goats y publicados en aggielandmormons.org. Traducido por Oscar Cerda.

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