La jornada de fe

Charlotte Meyer de Maquoketa

La historia de conversión de hoy viene de Charlotte Meyer de Maquoketa, Iowa.  Su historia es un gran ejemplo de la jornada de fe que muchas personas tienen.  Es también un gran ejemplo de cómo simplemente invitar a un amigo a la Iglesia puede llevar a milagros.  Estas son sus palabras:

Crecí en la Iglesia Metodista y fui a la Asociación de Jóvenes Metodistas (MYF, por sus siglas en inglés), pero nunca me sentí cómoda ahí.  Ahora sé que lo que estaba sintiendo era la falta del Espíritu.  Mis padres dejaron de ir a la iglesia porque no les agradó el ministro o algo, pero yo quería seguir asistiendo a la iglesia.  Había una Iglesia de Christian & Missionary Alliance Church (Alianza Cristiana y Misionera) en la misma calle y a la vuelta de la esquina  de nosotros y algunos amigos míos del colegio iban ahí, entonces empecé a asistir a su iglesia.  Fue agradable, pero todavía le faltaba algo.

Un día, Nicky Cruz llegó a la ciudad a dirigir una reunión estilo retiro a esa iglesia.  Era miembro de una pandilla de Nueva York que se había convertido a Cristo y había pasado el resto de su vida dando testimonio de Cristo.  Yo asistí al retiro y escuché su testimonio, pero cuando llamaron personas al frente para dar sus vidas a Cristo quería ir, pero todavía no sentía que era lo correcto.

Traté de aprender de la Iglesia Católica porque creía que los rosarios eran bonitos, pero mis padres tendrían una rabieta respecto a eso.  Cuando empecé la universidad, llevé a mi mejor amiga a la universidad porque no tenía licencia de conducir todavía.  Ella era mormona y, aunque su familia no era particularmente activa, ella empezó a asistir a una clase de instituto.  Dado que el maestro de instituto tenía que salir de la ciudad semanalmente, sólo tenían una clase de instituto por semestre y él elegía que clase iba a dar.  Ella estaba llevando Doctrina y Filosofía SUD.  Estaba realmente emocionada acerca de las cosas que estaba aprendiendo y las compartía conmigo.

Encontré que lo que ella tenía que decir era realmente interesante, así que asistí a su clase un día.  Ese día estaban enseñando “Como el hombre es, Dios una vez fue; como Dios es, el hombre puede llegar a ser” (“Capítulo 2: Dios el Padre Eterno” Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007)  Ellos dijeron que Dios tenía un Dios, quien tenía un Dios, y así en sucesivamente.  “¡Boing!!” ¡Mi cabeza casi explota ese día!  Sin embargo, estaba realmente interesante y seguía preguntado.

Finalmente un día me preguntó si quería escuchar las lecciones misionales.  ¡Sonó bien para mí!  No creí que a mis padres les agradara eso, así que tomé las charlas en su casa en los días cuando mis clases terminaban temprano.  Mis padres no tenían una idea clara de mi horario y no sabían exactamente cuando debería estar en casa, entonces no tenía que explicar el porque llegaba tarde ciertos días.

Lo primero que me impresionó fue que los misioneros tenían MI edad y ¡realmente sabían la doctrina de su iglesia!  Lo admito, me gustaba uno de los misioneros.  Pero no me llevó mucho tiempo tener un testimonio propio.  Para la tercera lección, sabía que la Iglesia era verdadera y quería ser bautizada.  Pero recuerdo el día en que me di cuenta que realmente tenía un testimonio.

La familia de mi amiga había empezado a ir de nuevo a la Iglesia y su padre fue llamado como maestro de la Escuela Dominical en la clase de los adolescentes.  Visité esa clase con mi amiga y uno de los jóvenes parecía  dudoso y estaba cuestionando lo que se decía.  Quise brincar y gritar, “¿No te das cuentas de lo que TIENES?”  Allí fue cuando supe con seguridad que tenía un testimonio de la veracidad del Evangelio.

 Había llegado la hora de decirles a mis padres que había estado estudiando acerca de la Iglesia Mormona.  En ese entonces la mayoría de edad era 21 y tenía que tener el permiso de mis padres porque tenía sólo 19.  Mis padres no estaban felices que yo lo hubiera hecho a escondidas y mi papá dijo que no había investigado la Iglesia suficiente para saber con seguridad.  Le pregunté cuanto tiempo yo tenía que esperar y él dijo 6 meses.  Durante esos 6 meses, California cambió la mayoría de edad a 18, así que no necesitaba más el permiso de mis padres, pero de todas maneras esperé 6 meses.

A los seis meses exactos, les pregunté a mis padres de nuevo, sólo que esta vez les recordé que ya no necesitaba su permiso, pero me gustaría su bendición.  Mi papá dijo con desagrado que yo era suficientemente mayor para hacer lo que quisiera y no volvería hablar de eso más.  Mi madre me dijo que si me bautizaba, ellos no querían saber sobre eso.  Yo estaba triste, pero determinada a hacer lo que sabía que era correcto.

Arreglé que mi bautismo fuera una semana después en la noche de una actividad de la juventud así no sería tan sospechoso de que yo iba a la Iglesia esa noche.  Hice mi propio vestido bautismal en secreto en mi cuarto.  Esa tarde llegué a la casa de mi amiga, me puse mi vestido y me tomaron una foto.  Entonces nos fuimos a la Iglesia.  Me bautizó el obispo porque para ese entonces “mi” misionero había sido transferido a otra área.  Fue un bautismo maravilloso y cuando llegué a casa esa noche, recuerdo estar acostada en mi cama diciéndome, “¡Soy mormona! ¡Soy mormona!”

Mi madre se enteró de mi bautismo cuatro días después, pero mi padre no supo con certeza hasta varios meses después.  Ese otoño, fui a San Diego State University  e inmediatamente me sumergí en las clases de Instituto de Religión, tomando clases allí, asistiendo a la Rama Universitaria, y hasta ingresando a Lambda Delta Sigma.  ¡Estaba en el cielo!  Unos años después que terminé la universidad y empecé mi carrera como una ingeniera en televisión, decidí ir a una misión.  Mis padres volaron a San Diego para disuadirme de ello, mi papá dijo que si yo estaba fuera del “negocio” por año y medio, sería difícil actualizarme y tener un empleo de nuevo.  Se requirió de mucho valor y fe al decir, pero lo dije, “Papá, estoy haciendo el trabajo del Señor y Él no me abandonará cuando regrese, Él me ayudará.”

Justo antes que terminara mi misión en Japón, empecé a enviar currículos y ¡tuve una oferta de trabajo esperando aún antes de regresar a casa… en Salt Lake City!  ¡Mi fe había sido recompensada!

Por Trina Boice el 21 de febrero de 2008.

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