Dios envió a un misionero mormón a una zona de guerra para encontrar a una madre afligida

misionero mormón

Voy a hablar sobre mi experiencia como misionero mormón al contar esta historia, pero quiero dejar en claro que esta historia no se trata de mí, esta es una historia sobre un Padre Celestial misericordioso que conoce a todos y cada uno de sus hijos, sin importar en dónde se encuentren.

Él está al tanto de ti, te ama y te enviará ayuda.

Mi Llamamiento Misional

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Cuando recibí mi llamamiento misional, mi familia no sabía que en verdad existía un lugar llamado “Chihuahua”. Como tal, rápidamente recurrimos a Google para obtener más información. Grave error.

La emoción de mi madre se desapareció rápidamente convirtiéndose en dos años de futur ansiedad por mi seguridad a medida que leíamos los horribles relatos sobre la desenfrenada actividad del cártel de la droga que impregnaba el estado más grande y más al norte de México, Chihuahua. La vida como misionero mormón iba a ser emocionante.

La Ciudad Juárez, se encuentra justo al lado de la frontera norte de la misión y justo debajo de la frontera sur de los Estados Unidos, justo al sur de El Paso, Texas. Por supuesto, tres semanas después de llegar al campo misional a fines del 2010, me llamaron para servir en Juárez.

En el 2010, según CNN, más de 3,100 personas fueron asesinadas en Juárez. Eso es un promedio de aproximadamente ocho asesinatos por día. Ciudad Juárez fue reconocida como la ciudad más peligrosa de la Tierra. El año 2011 estuvo mejor con sólo 2,000 asesinatos.

El sonido de disparos a la distancia (o no tan lejanos) era tan comunes como el canto de los aves. Era parte de la vida diaria. Policías y militares locales, estatales y nacionales patrullaban constantemente las calles en caravanas. Soldados armados listos para una pelea (o un vuelo) estaban siempre en la parte trasera de las camionetas del gobierno apretados como sardinas con ametralladoras. Muchos camiones tenían armas montadas en sus techos. Los soldados casi siempre usaban máscaras negras para ocultar sus identidades.

Todos los días había una nueva historia. Durante una de mis primeras reuniones de distrito en la ciudad, un misionero de un área adyacente reveló que alguien había decapitado a su vecino esa semana. A veces te topabas con una bolsa de basura negra de olor rancio a lo largo del camino y sólo esperabas que contuviera un animal. La muerte era normal, y siempre estaba cerca.

Naturalmente, pasábamos nuestros días tocando las puertas de los extraños en busca de investigadores. Por supuesto, el Señor protege a Sus misioneros. No tengo dudas de que los ángeles estaban cerca, vigilándonos. Cero dudas. Y a pesar de las circunstancias, rápidamente me enamoré de la gente a la que servimos, al igual que todos los misioneros allí. Fueron pocas personas que hicieron que la vida difícil para todos los demás.

16 de febrero de 2011

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Una de esos extraños con los que tuvimos contacto fue Liliana. Ella era de mediana edad, tenía un comportamiento amable y una casa modesta. Tocamos su puerta el 16 de febrero de 2011. Después de un momento o dos, ella respondió. Comenzamos a conversar sobre el evangelio de Jesucristo. Mi español no era tan bueno, pero hice todo lo posible para mantener el ritmo.

Después de unos momentos de conversación, Liliana comenzó a llorar en silencio. Ella compartió con nosotros que alguien había matado a su hijo hacía sólo un par de meses atrás. Testificamos sobre las familias eternas y cantamos “Las Familias Pueden Ser Eternas” mientras ella recuperaba la compostura. La dejamos con una oración. Mientras estaba haciendo la oración ella comenzó a llorar una vez más. Programamos una cita para regresar al día siguiente, y luego nos fuimos.

Ponerse en contacto con personas que habían sido afectadas personalmente por la violencia desenfrenada era algo común, pero nuestra visita con Liliana fue diferente a cualquier otra cosa que haya experimentado como misionero mormón.

Como estaba previsto, volvimos. Ella se veía diferente. Ella estaba más feliz y emocionada de vernos. Entramos a su sala y ella nos presentó a su madre y a su hijo que también estaban allí para escucharnos. Oramos con ellos; les enseñamos sobre el Plan de Salvación y la Doctrina de Cristo.

Una vez más, Liliana se puso muy emotiva. Entonces fue nuestro turno de escuchar mientras ella nos explicaba lo que había sucedido momentos antes de que tocáramos a su puerta.

puerta

Liliana nos contó cómo había comenzado el día sumergida en una profunda tristeza. Se tumbó en el sofá y se pasó el tiempo viendo televisión y llorando la pérdida de su hijo. Luego tocaron  su puerta. Una batalla interna se produjo. Lo último que quería hacer era salir. “Pero”, nos dijo, “algo me dijo que me levantara y abriera la puerta”. Ella lo hizo. Nosotros estábamos del otro lado. Le comenzamos a testificar. Ella empezó a llorar. Pero no fueron nuestros testimonios los que provocaron lágrimas en sus ojos ese día.

Ella me miró directamente. “Tú… te ves como mi hijo”, dijo. El Espíritu nos cubrió y nos quedamos allí sentados, en silencio y aturdidos. “Incluso suenas como mi hijo”, continuó, “creo que tal vez él te envió aquí para ayudarme.”

Ella nos dijo cómo, después de nuestra breve visita a la puerta, había sentido un gran cambio en ella. La energía regresó a ella. Ella se sintió feliz. Dejó de recostarse en el sofá y volvió a las tareas del día mientras esperaba ansiosamente nuestra llegada al día siguiente.

“Todo lo que quiero es paz en mi vida”, dijo entre lágrimas. Explicamos que ayudar a otros a encontrar la paz a través del Espíritu Santo es exactamente la razón por la que estábamos allí.

Al día de hoy no puedo explicar lo que sucedió. No puedo explicar cómo un misionero mormón blanco con algo de fluidez en español podría verse y parecerse a su hijo mexicano, pero para ella sí lo era. Creo que Dios fue consciente de eso cuando recibí mi llamamiento. Él sabía del dolor y la angustia que Su hija estaría experimentando, y me envió a una zona de guerra directamente a la puerta de su casa para consolarla de una manera que ninguno de nosotros esperábamos.

Hace poco tuve una discusión en línea con un crítico del mormonismo que afirmó que no hay inspiración cuando los líderes asignan a cada misionero mormón a su campo de servicio. El hombre insistió en que el proceso se basa totalmente en números y en llenar espacios vacíos, nada más.

Pensé en esta experiencia. ¿Es lógico suponer que un don nadie de Oregon que, sin saberlo, resultara ser el gemelo del difunto hijo de una extraña en un país extranjero, y que posiblemente podría terminar cara a cara con esa persona en el momento en que más lo necesitaba? ¿Puede ser una pura coincidencia? Tú eres el juez.

Qué pasó después

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Por lo general, estas historias terminan en un bautismo y en un “felices para siempre”. Eso puede haber sucedido, pero realmente no tengo ni idea. Liliana vino a la Iglesia con nosotros esa semana, pero de manera repentina se mudó de casa poco después. Perdimos contacto con ella. Hasta el día de hoy no tengo idea de su paradero o de sus circunstancias. Ella puede haber sido bautizada, o no.

Pero el punto es, ya sea que te consideres o no mormón, seas bautizado o no, conozcas a Dios o no, Dios todavía te conoce. Él todavía se preocupa por ti. Aún eres Su hijo. Puedes vivir en una zona de guerra, o tal vez tu guerra sea con la depresión, el divorcio o un niño que se ha alejado de la Iglesia.

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No importa lo que sea, de una forma u otra, Él no te dejará solo. El amor de Dios es incondicional. Si Dios se preocupó lo suficiente por Liliana como para enviarle a un misionero mormón de 19 años a más de miles de kilómetros hasta su puerta en la ciudad más peligrosa del mundo sólo para recordarle que Él está ahí para ella, imagina lo que ya tiene en la tiene preparado  para ti.

Este artículo fue escrito originalmente por David Snell y fue publicado por living.com bajo el título: “God Sent a Mormon Missionary to a War Zone to Find One Grieving Mother”

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