El fiasco del Día de la Madre Cambió mi perspectiva sobre la Maternidad

Mi Perspectiva sobre la Maternidad

No hubo nada que indicara que el Día de la Madre de 2006 terminaría en un fiasco inminente. No se escuchaba ominosamente esa música de presagio; no había nubes oscuras. De hecho, aquella mañana se podía escuchar a los pájaros cantando y se podía ver esa cálida luz del sol dorado entrando a través de las ventanas de mi dormitorio. Si las bellas condiciones del día hubieran sido un indicador, el día que estoy a punto de describir no existiría en el folklore de nuestra familia. Pero por desgracia, el Día de la Madre, hace 11 años, será para siempre recordado como el día en que caí boca abajo en el piso de la capilla, encima de mi hija de 3 años, en medio de la reunión sacramental, con mi falda levantada hasta mi cabeza.

Había tenido una mañana desafiante, pero de alguna manera, mi hija de 3 años estaba vestida y lista para la iglesia a tiempo. Los rizos marrones oscuros de mi hija se veían lindos con su vestido amarillo de primavera. Todo lo que quería era una foto de las dos en nuestra ropa bonita.

Ella era mi primera hija y su comportamiento se había convertido recientemente en algo horrible. Habíamos pasado los “terribles dos primeros años” sin desafíos de comportamiento, eso me llevó a tener un profundo orgullo en mi obviamente extraordinaria habilidad para la crianza. Y entonces, un día sucedió. Ella cumplió 3 años. No tenía ni idea en ese momento acerca de los comportamientos normales del desarrollo de los niños. Simplemente pensé que alguien había invadido nuestra casa en medio de la noche en el tercer cumpleaños de mi hija, robado a mi ángel y la había reemplazado con otra personita que se comportaba muy mal. (Ahora que soy una madre más experimentada, y después de haber tenido la misma experiencia con las personalidades cambiantes en múltiples niños, conozco el término oficial para este fenómeno. La ciencia conoce ese fenómeno como “la edad de tres años”).

 

“Tres años”, esa era la edad que ella tenía aquella mañana mientras luchaba por obtener la imagen correcta del júbilo en el día de la madre. Mi esposo intentó tomar fotos de nosotras afuera de nuestra casa pero ella lloró, siseó e hizo un berrinche. Le rogué en vano que sonriera para mamá. Todas las fotos que tomó, capturaron una esencia única de la furia de mi hija, pero ninguna de ellas parecía decir: “¡Mira lo feliz que es mi maternidad!” Yo esperaba que la cámara documentara algún aspecto de la perfección, la cual sería una prueba para mí y para los demás que mis esfuerzos eran suficientes, que yo era suficiente. Sin embargo, mi hija no tenía ningún interés en participar en mi búsqueda de la foto de la perfección.

Después de varios minutos y por primera vez en su corta vida, perdí la paciencia con ella. Le grité, lloré, y enojada entré en la casa donde mi genio continuó hasta que llegó el momento de ir a la iglesia.

El camino a la iglesia fue silencioso, y en la tranquilidad vino el arrepentimiento maternal. Al llegar a la capilla, mi esposo me dijo que se había olvidado el ramillete del Día de la Madre que había comprado de las Mujeres Jóvenes para contribuir a la recaudación de fondos que estaban haciendo. Decidimos que él rápidamente conduciría a casa para traerlo y yo agarraría asientos para nosotros. Parecía un plan razonable.

Debido a nuestro drama, llegamos tarde y sólo quedaba una fila. . . al frente. La fila entera estaba vacía y mi hija seguía corriendo a través de ella. Yo la agarraba, la bajaba y le ayudaba a cruzar los brazos. Entonces, como ella sentía mi debilidad, otra vez ella comenzó a saltar y a correr por la banca. A la tercera vez de esta rutina, decidí pararme y sacarla de la capilla para que otros pudieran disfrutar de un espíritu reverente. A medio camino, durante el himno sacramental, mientras tenía a mi hija agarrada de la cintura, el tacón de mis zapatos se atoró en la alfombra. Ambas descendimos al suelo y nuestras faldas se levantaron exponiendo mi lado no tan halagador. Me dijeron, que para la congregación que estaba detrás de mí, parecía que yo hubiera agarrado intencionalmente a mi hija y me hubiera tirado encima de ella. La paliza sacramental de 2006.

Con horror, me levanté, acomodé mi falda y con toda la dignidad que pude reunir nos sentamos en la banca. Mordía los lados de mis mejillas para que no comenzar a llorar. Creo que mi niña se dio cuenta de la gravedad de la situación porque finalmente se calmó y cruzó su bracitos gorditos.

Mi esposo llegó en ese momento con mis flores. No tenía ni idea de que estaba poniendo un ramillete en la blusa de una bomba a punto de estallar. El primer orador comenzó su discurso diciendo: “Hoy quiero hablar de la importancia de las madres”. Eso fue todo. Eso fue todo lo que necesitaba. Comencé a llorar de repente, y nada podía detenerme. Escuché los discursos y supe que nunca estaría a la altura. Nunca sería la madre perfecta.

Aunque la mayoría de la gente no termina en un combate de lucha libre durante el himno de la Santa Cena o llora durante la reunión sacramental, sé que no soy la única que se siente así. Me consuelo sabiendo que las lectoras de este artículo que son también madres están moviendo sus cabezas y están pensado “¡Estamos con usted, hermana!”

Muchas de nosotras nos hemos sentado en la iglesia cada Día de la Madre catalogando nuestros defectos y nuestra incapacidad de estar a la altura mientras escuchamos los discursos que celebran la maternidad. Escuchamos con un suspiro derrotado interiormente: “Nunca seré lo suficientemente buena”. Luego, al final de la reunión sacramental, nos paramos y nos miramos incómodamente mientras esperamos que los jóvenes terminen de distribuir lo que esperamos sea chocolate, pero que al final casi siempre termina siendo un geranio marchito.

El Día de la Madre es un día que fue instigado para celebrar la influencia que la maternidad tiene en el mundo. Es un mensaje que el mundo necesita escuchar: la maternidad es valiosa. La maternidad es importante. La maternidad es noble. ¡Y la honramos!

Sin embargo, muchas de nosotras, simplemente nos sentimos inadecuadas para alcanzar nuestro pleno potencial como madres. En nuestras propias mentes, nos decimos que las madres de los Santos de los Últimos Días tienen una manera “correcta” de hacer las cosas. Y si no somos la “imagen perfecta” de la maternidad, no somos suficientes. Tenemos miedo de que si la gente ve quién y lo que realmente somos, sin duda llegaremos a ser deficientes. Y, como mujer miembro de la Iglesia, creo que tenemos mucho miedo de no ser lo suficiente ante los ojos de nuestro Padre Celestial.

Es triste, ¿no? Pero también es una mentira. Es una mentira llamada perfeccionismo que busca robarnos la alegría que nuestro Padre Celestial quiere que sintamos al criar a Sus hijos. Porque “[las mujeres] existen para que tengan gozo” ( 2 Nefi 2:25 ).

La investigadora y escritora Brené Brown dice acerca del perfeccionismo : “El perfeccionismo es una forma de pensar que dice ‘si me veo perfecto, vivo perfecto, trabajo perfecto, puedo evitar o minimizar la crítica, la culpa y el ridículo’. Todo perfeccionismo es el escudo de 20 toneladas que llevamos y el cual esperamos que nos mantenga alejados de ser heridos, cuando en verdad lo que hace es evitar que nos vean”

¿Qué pasaría si como mujeres que crían los niños en el redil de Cristo, nos diéramos a nosotras mismas y a las madres alrededor permiso para ser nosotras mismas – para que nos vean? ¿Qué pasaría en nuestros hogares? ¿Nuestras comunidades? ¿Incluso en el mundo? ¿Qué pasaría si una imágen de tu hijo de tres años de edad fuera tan hermosa como la imagen de la sonrisa perfecta que imaginamos solo porque es real? ¿Y si permitiéramos que nuestras vidas fueran un testimonio honesto de este camino a veces rocoso, pero tan hermoso que es la maternidad?

Tengo en el corazón las palabras del élder Joseph B. Wirthlin, “No tenemos que ser perfectos hoy; no tenemos que ser mejores que alguien más; todo lo que tenemos que hacer es ser lo mejor de nosotros mismos.

Aunque a veces se sientan desanimados, aunque a veces no puedan ver el camino, tengan la seguridad de que su Padre Celestial nunca abandonará a Sus justos seguidores. Él no les dejará sin consuelo; Él estará a su lado, sí, guiándolos a cada paso del camino”.

La historia de ese caos del Día de la Madre en el 2006 termina bien. Llegamos a casa y retomamos las fotos, sin expectativas de la perfección de mi parte. Terminamos con una imagen dulce que atesoro hasta el día de hoy. En la foto, mis ojos están un poco rojos por haber llorado y eso está bien. Me ayuda a recordar.

Todavía tomo fotos cada mañana antes de ir a la iglesia el Día de la Madre. Rara vez resultan bien. A veces los niños cooperan y a veces no. Sin embargo, no creo más que eso me haga una madre buena o mala. Soy sólo una mamá, haciendo todo lo posible para enseñarles a nuestros hijos la dirección correcta en su camino de regreso a Cristo. Estoy ahí, los amo, y dejo a mi esposo tomar imágenes imperfectas. La realidad de nuestras vidas es mejor que la perfección. Pesa menos.

Ahora cuando voy a la iglesia y escucho a los discursantes compartir las mejores historias de sus madres, sonrío y pienso lo maravilloso que desde la realidad de su crianza imperfecta (como lo son todas las crianzas) todavía ven a su madre como suficiente. Es como si todos los bordes ásperos de su infancia hayan sido alisados ​​de alguna manera a través de los años. Espero que algún día en el futuro cuando se les pida hablar sobre mí, mis hijos puedan ver más allá de mis defectos en el corazón de todo. Me asocié con Dios y mi esposo. Yo no era perfecta, pero hice todo lo posible. Esta es la belleza de la Expiación de Cristo en acción. No importa las circunstancias en nuestra maternidad: casada/madre soltera. Joven/madre más experimentada. Que trabaja/que se queda en casa. La Expiación nos hace suficientes.

Mientras te sientes en la iglesia el Día de la Madre, espero que puedas sentarte en confianza, (y que recibas, ojalá, un chocolate) sabiendo que eres la madre correcta para esas personitas que están sentadas a tu alrededor. Tú eres la madre, la abuela, la tía y el amigo que los niños en tu vida necesitan. El viento sopla detrás de ti, y sea cual sea la maternidad en tu mundo, nuestros Padres Celestiales están contigo … a cada paso del camino.

Que tengas un perfectamente imperfecto Día de la Madre.

 

 

 

Este artículo fue escrito originalmente por Christie Gardiner y publicado en ldsliving.com, con el título “The Mother’s Day fiasco that changed my perspective on motherhood” Español ©2016 LDS Living, A Division of Deseret Book Company | English ©2016 LDS Living, A Division of Deseret Book Company

 

 

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